lunes, 5 de diciembre de 2011

A Colombia no le ha afectado la crisis


Vivan los colombianos. Viva su alegría, su amabilidad, su sonrisa. Vuelvo encantada de nuestra pequeña estancia en tierras caleñas.

Resulta chocante el contraste entre la alegría que desprende la gente colombiana, con la realidad del país, minada por el narcotráfico, la guerrilla, la corrupción y los 5 millones de desplazados, que se dice pronto. El día que llegamos a Colombia, se supo que las FARC habían matado a cuatro de sus secuestrados históricos. De los 1100 alcaldes del país, 800 están siendo investigados por delitos de corrupción. Lo de los panes y los peces es un chiste al lado de los milagros que aquí suceden; Nos han hablado de un famoso velódromo, que se ha construido cuatro veces. Bueno, en realidad nunca se ha construido, pero se le han asignado cuatro partidas presupuestarias… O los 180.000 niños que fueron capaces de disfrutar de unas becas sin haber llegado nunca a nacer… Por otro lado, está prohibido que dos hombres vayan montados juntos en una moto. La medida no es precisamente para vender motos, sino para dificultar la labor de los sicarios. Y si vas en coche antes de las 5 de la mañana, te dejan saltarte los semáforos en rojo…. para evitar que te quedes demasiado tiempo parado en un sitio poco transitado…

Y así, podríamos ir encadenando más historias truculentas que son el pan suyo de cada día.

Ante semejante panorama, cualquiera podría pensar que los colombianos están deseando largarse de su país. “Tururú”. Así me lo dijo un peluquero que me atendió el otro día. “Nunca se me ha ocurrido irme de mi tierrita linda. Seré pobre pero feliz.” Y para dejarme claro de qué estaba hablando, me contó orgulloso que según el barómetro de la Felicidad, Colombia siempre está entre los primeros puestos. “A pesar de nuestra terrible realidad y de nuestros pésimos dirigentes, somos gente alegre, es propio de nuestra idiosincrasia”. Y le creí.

Como también creí a un profesor de Universidad, ex-juez y gran abogado, que, tras explicarnos que “a Colombia no le ha afectado la crisis, porque siempre ha estado en crisis”, nos dijo muy serio, que para él, a partir de las 8 de la tarde, sólo caben las “tardes caleñas”. O sea, comer, bailar y beber. Sí señor, que no falte la alegría y la fiesta, aunque horas antes haya estado luchando por un caso de derechos de las comunidades indígenas que haría llorar a cualquiera.

Y lo confirmé cuando asistí al Concierto de Navidad, obra de los hijos de los empleados de una de las Universidades de Cali junto a algunos estudiantes. Se me pusieron los pelos de punta cuando tomé asiento y oteé el escenario –madre mía la que me espera, sólo falta que uno haga de oveja y otro de arbusto-. Me preparé para aguantar estoicamente aquel lance, y sin embargo a los 10 minutos estaba dando palmas como una loca, con los ojos como Candy Candy. Pasión, alegría, amor por sus culturas. El pobre presupuesto económico que me había llevado a prejuzgar el concierto, no impidió que éste fuera un espectáculo estupendo. Y disfruté de los cantos y los bailes de las distintas regiones de Colombia, al igual que el resto del público que estaba entregado, porque no nos olvidemos, uno de los elementos fundamentales de la gestión cultural, es el público, y cuando éste está entregado, se genera una energía en el auditorio capaz de elevar cualquier espectáculo a obra maestra. Vaya lección. Me acordé de mi chico, que me invitó hace unas semanas a ver en Nueva York una obra de Fuerza Bruta, que estuvo genial, pero que según él, no tuvo nada que ver con la que él asistió en Bogotá, donde el público, bailando y saltando como loco, hizo que fuera algo inolvidable para él. Para mí, la de Nueva York, estuvo bien, pero ha pasado al archivo general de la memoria. Sin estrellitas.

El otro día en mi post sobre propuestas para la crisis, hablaba de hacer eventos para motivar a la gente, pensando en los millones de gentes que hay por el mundo pasándolas canutas, sin ser plenamente consciente de lo importante que es la actitud. Gracias a los colombianos, me reafirmo en lo dicho. Tenemos que trabajar en la búsqueda de la felicidad. Debemos luchar por generar alegría.

P.D: La foto la tomé en una calle de Cali. Me había fijado en la pintada de la pared, que me pareció brutal. Al levantar la cámara, el hombre que se acercaba sonrió y levantó los brazos en señal de victoria. No se si era consciente de la frase que tenía a su lado, pero me preguntó contento si había salido en la foto. Claro que sí, y muchas gracias.

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