miércoles, 18 de mayo de 2016

Disfrute máximo

Hace poco contaba en Facebook que me había llevado un día a Asier (mi hijo de 7 años) a mi clase de fotografía, y que había sido una gozada poder compartir con él mi momento de ocio. La experiencia fue tan buena que, cuando me matriculé al siguiente curso de cine y vídeo, pregunté al profesor si sería posible apuntar también a mi niño. Aunque el curso es para adultos, sabía que era un tema que apasionaba a Asier tanto como a mí, así que estaba casi segura que encajaría perfectamente en la clase.

Tras un primer día de prueba, confirmamos que era uno más. Las más de dos horas de clase seguidas no eran un impedimento para que él las disfrutara, con el permiso de salir de la misma cuando crea que necesite desfogarse un poquillo. El “recreo”, que tan necesario es en el resto de clases a las que asiste, parece que no lo es tanto en esta, ya que, aunque su necesidad de moverse es la propia de un crío de 7 años, no quiere perderse detalle.

Es una maravilla poder disfrutar de ese rato, en el que aprendo y disfruto de un tema tan interesante, al que se suma el gozo de ver el brillo en los ojos de mi hijo, escuchar sus preguntas y aportaciones en un momento en el que no ejerzo de madre cuidadora sino de compañera de intereses comunes.

Es un regalo que se extiende durante toda la semana, mientras comentamos lo aprendido en los días posteriores y nos avisamos mutuamente cuando va a llegar el martes, nuestro día de cine.

Os lo recomiendo. Buscad un tema que os apasione tanto como para dedicarle “vuestro rato”  y que podáis compartir con vuestros hijos. Sin obligaciones, por el mero disfrute. Que será máximo.


Aquí podéis ver uno de los mini-cortos que hemos realizado entre toda la clase y en el que Asier participó encantado.



lunes, 25 de abril de 2016

La creatividad no tiene muros

Así de contentos salimos de la charla. ¡Gracias a estos fantásticos voluntarios!
Hace poco una amiga me animó a colaborar con Solidarios para el Desarrollo, una ONG que Trabaja con las personas que sufren la exclusión social, la discriminación y la soledad de colectivos vulnerables (especialmente personas sin hogar, personas mayores y menores, inmigración, centros penitenciarios, personas con discapacidad, hospitales y salud mental), a través de la acción social, la comunicación y la incidencia.

Su objetivo es “buscar las causas que generan situaciones de exclusión social ofreciendo propuestas alternativas. No basta con la denuncia y la asistencia, sino ir más allá y sintiéndonos responsables de revisar las estructuras globales que afectan a las personas en situación de exclusión social.”

Una de las actividades que llevan a cabo es el Aula de Cultura que cada sábado realiza una actividad en los diferentes centros penitenciarios de Madrid y Sevilla y donde pude participar este fin de semana impartiendo una charla-taller sobre Creatividad en el centro de mujeres de Alcalá Meco.

Lo cierto es que el taller que llevaba preparado era sobre Creatividad y Empatía, dos temas que he aprehendido, con h intercalada, gracias a la experiencia de los últimos años y que me parecía que podían ser interesantes para las internas, a fin de empoderarlas en la medida de mis posibilidades. Pero el taller, finalmente, lo impartieron las propias internas, demostrando que la creatividad no entiende de barreras

La ilusión, la imaginación, las ganas de salir adelante florecen también a la sombra y fueron tantas las experiencias compartidas sobre este tema, que el tiempo voló y no pudimos abordar el tema de la empatía. Cosa, que por otro lado, nos hizo llegar a la conclusión de que debía volver otro día. La excusa es perfecta.

Me quedo con la descripción que hizo una de ellas al definirse: “¡Yo soy un arcoíris!

Agradezco profundamente la labor de Solidarios y de todos los voluntarios que hacen posible su trabajo. Animo a todos a que conozcáis esta ONG y colaboréis en la medida de vuestras posibilidades. Lo poquito que he aportado me ha sido devuelto multiplicado por cien. ¡Gracias!

jueves, 7 de enero de 2016

Incluye la risa en la mochila

Mi hijo no para de preguntarme anécdotas del pasado. Se lo pasa bomba cuando le cuento las trastadas en el cole, o cuáles eran los motes que poníamos a los compañeros en la Universidad, pero lo que más le gusta son las anécdotas escatológicas (estas mejor me las guardo) o que tengan una buena dosis de riesgo. Si hay peligro de muerte mucho mejor (sobre todo sabiendo que al final no la palmé, claro). Por suerte, de estas tengo pocas, pero hay una que le conté hace poco y que le ha dejado alucinado. Allá va:

Río Zambeze (Zimbabwe). Agosto 2005. Ya que estamos en África y somos dos mochileros de pro, decidimos hacer un safari por el Zambeze. Como en la Reina de África solo que con una canoa de plástico. Nosotros dos en una y el guía local en otra, dos metros por delante.

Cocos a la vista
El guía lleva un botiquín gigante que sirve además (y sobre todo, según él) como tambor-despierta-hipopótamos. Vamos, que el tío iba dándole con el remo al botiquín, y de ese modo, los hipopótamos que estaban bajo el agua sacaban la cabeza para ver quién osaba despertarlos. Así evitábamos pasar por encima. Todo muy organizado. Es importante añadir que el hipopótamo, a pesar de ser conocido en los dibujos animados como un ser encantador, es el animal que más muertes provoca en África…
Los hipos nos observan

La gracia del safari, a parte de pasearnos entre hipopótamos y cocodrilos, era que había que sortear algunos rápidos a lo largo del camino. El guía nos avisaba metros antes de llegar, de qué manera había que remar para pasar el rápido correctamente. Todo iba estupendamente hasta que llegamos a uno de los más complicados y aquel se olvidó de darnos las pautas a tiempo. Todo pasó muy rápido. El zimbabuense empezó a gritar ¡STOP! ¡STOP! como loco, se puso de pie en la canoa haciendo una cruz con los remos, una manada de hipos nos observaban al otro lado del rápido, y yo empecé a gritar a mi compañero para que parara de remar, ya que estaba claro que no los había visto. En ese momento confió en mí y se dejó llevar. Luego me contó que los había confundido con unas rocas (quizás por eso decidió operarse de la vista poco después). 

De alguna manera conseguimos arrimar la canoa a la orilla y agarrarnos en el último momento a unas ramas que sobresalían. Así nos quedamos, agarrados como piojos,  hasta que pudo llegar el guía hecho una furia. El pobre se había llevado un buen susto al pensar que iba a ser testigo de la muerte de sus muy probablemente últimos clientes. Pero no. Los piojos lo tomamos a risa. Supongo que en esos casos o te ríes o la anécdota acaba siendo escatológica…. Y las carcajadas nerviosas siempre sientan bien y relajan el ambiente. El zimbabuense no le vio la gracia por ningún lado, y eso que nosotros decidimos no buscar responsabilidades ya que no se nos había olvidado a quién se le había pasado darnos las indicaciones a tiempo.

Y así aprendí varias cosas:
  • Si sigues a alguien en una aventura, asegúrate de que sea un buen guía
  • Si tomas riesgos, elige un socio que te de plena confianza.
  • Incluye la risa en tu mochila. Siempre.