El otro
día impartí mi primera clase particular sobre redes sociales. Fue una
experiencia novedosa e interesante, puesto que siempre he defendido que para
transmitir el conocimiento, no es necesario utilizar siempre la terminología
propia del tema que se esté tratando.
Durante
mi época como abogada, colaboré una temporada como voluntaria en un centro de
mujeres de barrio. Fue una experiencia bastante dura, porque me tocaba asesorar
a mujeres con problemas de todo tipo, maltratadas por sus parejas en su mayoría
y con un nivel de educación muy bajo. Estas pobres mujeres se sentían
doblemente víctimas dado que, muchas de ellas, acudían a mí para que yo les
“tradujera” las palabras de sus abogadas de oficio. Para mí esto era algo
intolerable, ya que por aquel entonces daba por supuesto que el que domina el
lenguaje “elevado” debe saber también modularlo según el interlocutor que tenga
delante.
Sin
embargo, la vida me ha demostrado que no siempre es así y que por desgracia hay
muchos profesionales que no saben ponerse en la piel del otro, carecen de
empatía y en muchos casos, simplemente, no son capaces de dar la vuelta a aquello que
han aprendido de memoria.
En fin,
el caso es que el otro día, sin utilizar ningún término de los que estamos
acostumbrados a leer en la red, intenté (espero que con éxito) dar un panorama
general de qué son las redes sociales y para qué nos pueden servir. Después de
abrir la caja de Pandora y mostrar la cantidad de información disponible, les
conté que además de disfrutar de la red como usuaria, me encanta trabajar en
comunicación online, puesto que me permite desarrollar diferentes
personalidades. Juego diferentes papeles, como si de una obra de teatro se
tratara. Dependiendo de la cuenta que maneje, utilizo un tono distinto,
transmito un mensaje diferente, con un lenguaje adaptado al tipo de público al
que se dirige cada una de ellas. Me pongo en la piel del receptor y me digo ¿Qué
es lo que me gustaría que esta marca me aportara? y procuro cumplir con la
respuesta que obtengo. Además, adentrarme en el mundo de cada marca, me obliga
a seguir aprendiendo, y me mantiene viva.
Gestiono
cuentas de diversa índole; académicas, comerciales, culturales… y disfruto con
ello. Pero han sido muchos años de trabajo -de exponer casos y ponencias, de
negociar con altos cargos y hablar con personas sencillas, de
aprender psicología gracias a la grafología, de interesarme y estudiar
muchos temas diferentes y paralelos a mi profesión- los que me han dado esta
“facilidad”. Ahora que poco a poco las instituciones y las empresas empiezan a
darse cuenta de que deben estar en la web 2.0, quieren hacerlo, pero todavía
hay muchas que se resisten a pagar este servicio, porque aún no lo valoran.
No se dan cuenta que lanzarse al mundo online son palabras mayores. Como todo
el mundo maneja Facebook, creen que este es un trabajo que puede hacer
cualquiera... sin tener en cuenta la capacidad de comunicación (entre otras
competencias) que tenga la persona en cuestión. Porque comunicar, supone hacer
llegar el mensaje exacto, a la persona indicada y saber escuchar sus
necesidades. Y no todo el mundo puede hacerlo... Y las consecuencias de una
mala comunicación pueden ser desastrosas.
Y yo me pregunto ¿Pondrías
como relaciones públicas de tu marca, como escudo contra incendios, a una
persona inexperta o a otra con demasiado conocimiento teórico pero incapaz de
comunicar al nivel de tu potencial clientela?
Yo llevo 11 años trabajando en el mismo entorno (desde distintos puntos de vista), y nunca me he preocupado de conocer demasiado bien la terminología. Me aburre, me cansa. Pero a día de hoy sigo sin saber si cometo un error o no... :)
ResponderEliminarSobre las redes sociales, te doy mi opinión en otro momento!
Besos!
Iñaki. :)