martes, 12 de junio de 2012

Amasando con la harina de los demás


Normalmente no me gusta hacer comentarios negativos ni pesimistas. Pienso que, aunque todos tenemos ese tipo de pensamientos -y por desgracia cada vez más a menudo-, darles voz o ponerlos por escrito es como dotarlos de personalidad, y esta situación por la que estamos pasando es suficientemente real como para que los mortales que no nos dedicamos a la política ni a la economía le demos aún mayor bombo, perdamos el equilibrio y nos veamos abocados a un mundo de ideas que no controlamos.

Pero es que por mucho que no quiera echar más leña al fuego, hay cosas que claman al cielo. No voy a hablar del rescate, de lo mal que han gestionado y gestionan los políticos los intereses de España (de los españoles, que sin ellos, España no es nada) sino de la corrupción, a todos los niveles. Creo que es uno de los delitos que más me repugna. Obviamente, a mayor cargo público, mayor repugnancia siento por los delitos que se hayan podido cometer a cargo de los impuestos de todos. Y es que, me parece tan ruin que alguien que ocupa un puesto que ha de ser ejemplo para el resto de la sociedad (y por tanto, goza del respeto de los ciudadanos y cobra un salario mucho más que digno que le permite vivir muy holgadamente) se aproveche de su posición para no pagar ni un céntimo de su bolsillo, es penoso.

Por desgracia, estos casos no aparecen por casualidad, ni son excepcionales. Es muy común escuchar a la gente decir que “cualquiera que tenga la oportunidad, robará”. Y la gente lo dice porque lo piensa y me parece terrible. ¿De verdad todo el mundo cree que sus conocidos también serían corruptos a poco que tuvieran la oportunidad? Qué lástima, de verdad. Pero estas miserias no ocurren solo en las instituciones públicas. Para mí la corrupción va más allá. Independientemente de lo que diga el tipo penal. Hablo de la corrupción personal, de la avaricia, de la bajeza humana que por ganar dinero es capaz de cualquier cosa, como hemos visto con los desmanes de la banca.

Personalmente viví una situación relacionada, que me dejó marcada de por vida. Hace años, mientras trabajada en un despacho de abogados -no diré el nombre, puesto que era tan inmundo que una de sus prácticas era presentar denuncias de todo tipo frente a los extrabajadores, para presionarles y evitar que contaran las lindezas que ocurrían dentro. No sé si seguirán practicando ese deporte, pero me ahorraré el disgusto. Sólo diré que el día que puse un pie dentro, supe que me tenía que ir de allí. Antes de que pasaran 6 meses me piré, a pesar de la sorpresa del jefe porque según sus palabras “no habían tenido ningún problema conmigo” esto dicho como algo sorprendente.- En fin, a lo que iba, el caso es que por aquel entonces yo me había sacado el título de grafóloga y perito calígrafo, y ya podía defender mis propias periciales en los juzgados. Un día vinieron dos compañeros abogados a pedirme que les hiciera la pericial de un documento. Dado que conocía el pelaje de los susodichos, indiqué que yo haría la pericial y que, si el resultado les era favorable para los intereses de su cliente, la utilizaran y que de no ser así, pues nada. La respuesta no se hizo esperar. A gritos y como si no dieran crédito a lo que acababan de oír, lo más lindo que me dijeron fue que era gilipollas. Me dijeron que el cliente me daba un cheque en blanco. Que si lo rechazaba, era una idiota.

Les dije lo siguiente, más o menos: “Como abogada utilizo las vías que me permiten las leyes, para defender a mis clientes. Es un juego en el que sólo hay que cumplir las reglas, aunque a veces sepamos que lo que decimos no es verdad. Pero es que en todos los juicios siempre hay una parte, si no son las dos, que miente. Eso es así. Pero como perita, lo único de lo que dispongo, es de mi palabra. Si miento ¿Qué  me queda? Una vez que haya pasado la línea ¿Qué más dará pasarla de nuevo? La línea entre la dignidad y la falta de ella es muy delgada. Y mi dignidad no tiene precio.”

No se si añade o no a la historia el hecho de que ambos abogados eran de muy “buena familia”, estaban forrados, me "consultaban" si los anillos de sus novias debían tener 7 o 9 brillantes o diamantes (ya no recuerdo qué es lo que procede en estos casos), mientras me contaban cómo "tenían" que ir de putas puesto que "hay cosas que la futura madre de tus hijos no puede hacer. La boca que besará la carita de tu hijo no puede hacer ciertas cosas". Verídico.

Se rieron de mí, me despreciaron. Y a mí me pareció desolador encontrarme con dos personas que muy probablemente ahora estén ocupando cargos de poder (gracias a papá y sus amigos) y que no dudaron ni un segundo de que mi decisión era estúpida… ¿Qué decisiones habrán tomado en estos últimos años?

Pues eso.

1 comentario:

  1. Pues eso. Pues que muy rebién. Que me ha encantado leerte y que me apunto a seguir haciéndolo.
    La delgada línea de la dignidad existe, sí. Lamentablemente hay quien no la quiere ver.

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